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Quién sabe si seguirás
progresando en esta tierra
en tantas sumas ramplona,
cuando ya adulta descubras
estos versos que una noche
de verano, tan antigua
como lo será la tuya,
se atreven a presumir
que no te sorprenderá
en ese entonces ignoto
que te convocara ahora
ecos de pasos de espectros
que persiguieron vencer,
en tu país o en cualquier
otro más o menos culto,
derrotas que aún no conoces
desde tu prehistórica era
de mujer. Con la confianza
cínica de que sin mí
muchos años vivirás,
a tales ecos invoco
que te escolten a la sombra
de tus futuras lecturas.

Que, si así lo quiere Dios,
consigan sobrevivir
más allá de ojos erectos
en el cruce de unas piernas,
las tuyas, tan inocentes
aún como seductoras.
Que acudan a tus inéditas
noches, los sabios que alzaron
el nombre de Dios de un techo
debajo del cual apenas
podían incorporarse,
que te eleves por las drizas
del irredento, sin más
bandera que tu desnuda
silueta, que se te acerque
el loco que blandió lanza
convaleciente de letras,
que descubras sola el nombre
de aquel poeta aristócrata
de tragedias y comedias
a quien desde siglos dicen
con nombre de bufo actor,
que no descuides tu risa
junto al vulgo que subleva
la tensión de las cadenas
del poder y del amor
interrumpiendo la obra.

Para tu edad, el valiente
como el apacible en medio
de la batalla cercenado
y que aun así regresó
al fragor de la refriega
para esfumarse por siempre.
Que sepas del exiliado
en el desierto, en comercio
de café, de marfil, de oro
y de otro que es uno mismo,
quien trepó con su gangrena
un calvario intrasmisible
tras escupir el recuerdo
de sus libros de poemas.

Que recuerdes a Tom Sawyer
cuando camines descalza,
que te hipnotice el humo
de la pipa de Huck Finn
bajo el cielo en la canoa.
Que quieran desheredarte
de toda esta petulancia
de burgueses que leemos
y escribimos y nacimos
hijos de pobres, que obviamos
seguir siendo hijos de pobres
en el fondo del letargo
y sin que lo declaremos
también de nuestros conjuros.

Que vengan para arroparte
en los brazos de tu madre,
que despacio te reciten
encabalgamientos de
Aldana, que te retraten
la soledad de la pipa
junto al rostro de Cernuda
desencajado en el suelo,
que pises las huellas últimas
del escritor paseante
sobre sorda y muda nieve,
que te enseñen el peligro
de las escuelas dogmáticas
para toda libertad,
que escuches sonrisas, toses,
noches, suspiros, esputos
que acompañaron la carta
de amor, y que reconozcas
el candor de un padre cuando
ambiciona ser destino
consumando invocaciones
una noche de verano
que presume otra lejana
noche que nunca verá.

Que vivan en ti si quieren,
pues tanto te traerán,
espadas y liras donde
apreciar como aventura
que tan solo por sus obras
los conocerás, fracaso
tras fracaso desde aquí
hasta donde llegues tú.

Espéralos, hija mía,
cuantas noches de verano
puedan serte necesarias.
La espera te salvará,
y no solo líricamente,
de la trampa de creerte
algún día una victoria.


                     (A Marina)

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